Una piedra muy antigua es esculpida y pulida
con trabajo. Las piedras tienen distintos grados de dureza y tonalidades, las
hay negras, fosilizadas, de restos de lava, de carbón. Mis favoritas son las
porosas con musgo, esas que arman un charco entre sí donde empieza a aparecer
un pequeño ecosistema: cangrejos, renacuajos y algas. La ex mujer de mi papá
hacía esculturas en piedra y otros materiales, como metal y arcilla. Formas
abstractas y semi mujeres agujereadas en el medio. Pero la mejor de todas, la
que recuerdo hipnotizada, era una escultura de resina que a simple vista era
una pelota anaranjada. Tal vez necesitaba explicación y eso la hacía especial.
“Es una luna, la hice para tu papá”, y esa palabra era la llave del misterio de
esa bola que ella había colgado en un rincón del living, desde las vigas del
techo.
Ayer paseamos por el centro de La Plata con las
chicas, no sé si éramos adolescentes o ancianas. Sol me contó que había
empezado joyería y que darle forma a las cosas le estaba resultando revelador.
Que pasar la lija y pulir había abierto un portal y que por momentos se
mezclaba con lo erótico. Les conté sobre la luna de resina y que me daba la
sensación de que había algo encerrado ahí. “Puede ser el alma de la ex”, dijo
Lu.
La agarro con una lija gruesa y un serrucho. Se
espolvorean los costados con la piedra que voy logrando domesticar. Quiero
dejarla brillando de un lado y áspera del otro, como esas pastillas mitad
ácidas y dulces. Quiero combinarla con un arreglo de plantas acuáticas en un
huequito hecho especialmente. Mi tía Patricia tenía un estanque que había hecho
con sus propias manos. En el estanque había puesto cuatro piedras grandes que
hacían de sendero. Podías detenerte en el medio y ver las carpas anaranjadas y
negras que nadaban entre las algas y los nenúfares. En vida le dio forma a una
mini jungla de plantas gigantes que incluía entre sus especias rosas que subían
hasta muy lejos, lavandas, gardenias y mil más cuyos nombres desconozco. Al
fondo del jardín, antes del alambrado, había incluido sonido mediante un
mecanismo de cañas huecas por los que pasaba el agua a lo largo de un camino.
En esa parte la tierra era negra y húmeda pero había lajas por las que
deslizarse.
Patricia usaba la palabra “canto rodado”. Una
noche la encontramos en el barrio forcejeando con Guillermo, un alcohólico que
fue por un tiempo su pareja. Después de eso, Guillermo se desvanece en mis
recuerdos, debió ser que a partir de esa noche terminaron, pero era un clásico
con mi mamá cuando pasábamos por Rivadavia y San Luis verlo en el bar a
cualquier hora. “A ver, ¿estará Guillermo?” Y siempre estaba. No nos interesaba
especialmente pero ya era una tradición para nosotras. Un día no lo vimos más y
dijimos será que se murió y, efectivamente, después supimos que Guillermo había
muerto.
Me pregunto si alguna vez terminaré con la
limpieza total de esta pieza. El acabado perfecto. Ni siquiera sé por qué me
meto en este cuarto e incansable la lustro, la miro desde diversos ángulos,
achinando los ojos, la muevo para ver qué hacen las sombras. El otro día me
enojé mucho y la tiré con rabia contra el suelo pero lo único que logré fue una
herida de muerte en las maderas del parquet, que ya está mal desde hace rato.
Levantarla me costó muchísimo.
Mi tía Susana, del lado paterno, también dejó
obra. Decían que tenía oído absoluto. Me enseñó a tocar el piano, la primera
canción que aprendí fue “Manuelita” y recuerdo algunas teclas blancas quemadas
por colillas. En el departamento de Gascón y Santa Fé me sentaba en la mesa
redonda, agarrábamos un cancionero y cantábamos tangos. No tenía ni tengo la
menor idea de por qué me gustaban tanto. Yo tenía 8 años y cantábamos “Los
mareados” y “Naranjo en flor”.
Mi tía había publicado horribles libros de
poemas y a veces le teníamos miedo porque nadie nos explicaba con certeza qué
era la bipolaridad. Imaginábamos un monstruo de dos cabezas, una personalidad
que se despertaba por las noches y lo arruinaba todo. Se sabía que era genia y
que a veces la iluminación va pegada a un mal mental. Hace poco Lucía me mandó
una foto en la que estamos las dos colgadas de Susana en una bicicleta. Todavía
lucía sus viejos dientes, chuecos y marrones. Es una foto muy linda en la que
todo parece estar bien.
Picando cebolla tengo una epifanía. La agarro,
la pongo a la luz. Todos estos anillos concéntricos terminan en una gotita
blanca y carnosa, recubierta de capas malolientes.
Ayer moví la pieza a la terraza. Quise ver como
quedaba entre las plantas y después me senté encima a descansar. Mi mamá me
mandó un audio contándome que entre las piedras de la sierra había aparecido un
lagarto overo, que lo alimentaron, se encariñó y en un rapto de confianza se
subió al deck junto a sus reposeras. Tuvieron que subirse a la mesa y
ahuyentarlo con la escoba. Una historia similar pero más peligrosa había
sucedido hace 2 años, con las víboras. Parece ser que una tarde, subiendo las
escaleras vieron en la entrada de la casa una yarará gruesa como dos piernas
humanas. A los gritos llamaron a un vecino que debió matarla. “Estas no vienen
solas, traen pareja”. Y efectivamente, unas horas después apareció el macho,
más finito pero igual de diabólico, entre los yuyos cercanos.
Sobre mi piedra pienso que hace 4 meses que no
vuelvo a Mar del Plata.
Tanto Patricia como mi mamá se dedicaron a la
contemplación cuando se hicieron grandes. Mamá observa pájaros y los cataloga
de manera rigurosa y obsesiva. Es miembro de la Asociación argentina de aves y
tiene unos binoculares que usamos para ver a los turistas en enero. No ama a
los animales, solo a las pájaros y a las mariposas.
La escultura la dejé por la mitad. Quedó
asomando entre la aralia y los geranios. Elegí ese hueco por los colores y
porque ahora la uso como asiento, cuando salgo a fumar. No me preocupa ese destino,
todo lo contrario. Cuando vienen invitados halagan la composición. Sí lo que
hice fue firmarla, le puse mi nombre y la fecha, chiquito, con una Vitorinox
que mi ex olvidó en un cajón y que habíamos usado para comer mangos en Morro de
Sao Paulo. Después la tiré porque el filo se arruinó. Mi hermana tiene una mesa
de algarrobo que debajo de la tabla tiene escrito con liquid paper “Paula,
14/6/1999” con letra rudimentaria. Cada
tanto, cuando voy a su casa, me asomo por abajo para ver si todavía está.
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