Bajo su techo de paja
en su hamaca frente al mar, estará Hugo. Las cosas quietas, ya oscuras. Entre
sueños repetirá Hugo's Place, por las
dudas de que todavía ande suelto algún turista. Como un pájaro lo escuchábamos
desde lo oculto: Hugo´s Place, buena
comida. Bienvenidos. Una y otra y otra vez, caía su voz desde distintas
direcciones como un proyectil. Desde el piso superior de la hostería donde
estaban las hamacas en primera fila, de cara al mar. Ahí era difícil verlo,
pero podíamos adivinar la procedencia de su canto por la curva y la cadencia
del sonido. A veces solo veíamos el bulto haciendo peso en una hamaca y
suponíamos que era él, ¿pensando en qué? Otras veces la voz venía desde la
cocina, y atrás venía él, de lo oscuro se recortaba su figura envuelta en una
remera naranja con motivo náutico: un tiburón con cara de malo sobre una tabla
de surf. La estampa tenía escrito en letra gorda King of the seas.
En seguida
advertimos que algunos turistas entraban y se iban, ahuyentados, que Hugo no
aceptaba a cualquiera y que el criterio de admisión era completamente
arbitrario y no respondía a ninguna lógica.
Cuando decidimos hospedarnos en su rancho, nos leyó todos los carteles
alineados sobre una viga en el bar, en los que se explicaban las normas del
lugar. Leía a una velocidad admirable y lo primero que imaginamos era que
simplemente estaba cumpliendo con el protocolo dándole play una vez más a lo
que repetía todo el tiempo. Pero en seguida nos dimos cuenta de que lo leído
era muy diferente a lo que estaba escrito, incluso contradictorio. O bien leía
y agregaba comentarios que anulaban de alguna manera los avisos. Por ejemplo,
leyó que el lugar no se haría cargo de los objetos personales extraviados y que
debíamos cuidar los valores de los robos frecuentes. Y sin puntos, comas ni
frenos agregó Hugo´s Place 100% seguro.
Nos entregó un candado para el baulcito con el que contaba la habitación, pero
después comprobamos que el baúl no tenía
arandela ni ningún mecanismo para pasar un candado. Hugo nos ofreció como parte
del servicio el Tour del Plancton, un
tour en el que el cuerpo se pone brillante y nadarán junto a los
microorganismos fosforescentes, que están siempre ahí, esperando. Las
preguntas lo confundían, interrumpía su canción y ponía los ojos en el
horizonte, ¿pensado en qué? O bien las ignoraba y estiraba el cuello ante el
paso de los turistas, listo para arrojar su estrofa.
Cada objeto que
compone el hospedaje está rotulado con una gran hache. Durante el día, los empleados
apostados en hamacas, aparecían y desaparecían, distribuidos estratégicamente
como los vigías de un barco de los peligros de la piratería. Uno, completamente
loco, se encargaba de sacar agua del mar en grandes baldes, para llenar un
tanque que se utiliza para los baños. Después, volvía a su puesto: una esquina
de un banco, con un pie arriba y el otro en la arena, escupía a un costado y se
limaba las uñas con una piedra de mar.
Hugo a veces se
acerca y nos dice: ¿todo bien? En un castellano a medias. O nos hace signito de
ojos para que no descuidemos las cosas. Cae la noche y se vuelve un lobo. Canta
tango panza arriba en su hamaca, no sabemos pensando en qué. Algunas mañanas se
levantaba parco y maltrataba a sus empleados, pero otro día lo vimos sentarse
en la barra del bar y cantar Satisfy my
soul, junto a uno de ellos, en un inglés silvestre pero rítmico,
golpeteando las maderas y balanceando en
el aire como un nene los pies.
La primera noche
quise saber cómo era el mecanismo para bañarse y dijo Niño, prepare la ducha pa las niñas. Apareció una mujer con dos
baldes con 1 cuarto de agua y un jarrito adentro. Desde una viga Hugo acotó pa servilas, reinas.
Hugo habla del mar
como si se tratara de alguien. El día que hubo viento dijo que le encantaba
porque por fin el mar va a botar lo que no le interesa.
Pero recién el último día consolidamos la
amistad. Nos sentamos a la mesa los tres y Hugo nos invitó un plato casero,
pescado con arroz y patacones y de beber un agua de panela. Lo comimos
extasiadas. Se levantó a atender turistas, mi
amor, espántame las moscas. Al
volver, trazó para nosotras un plano del lugar para explicarnos el regreso. Sobre el final le pedimos una foto de los tres y mientras caminábamos para
posar junto a su barco Hugo me dijo suavemente: quédate aquí, quédate conmigo